PAISAJES DE ECUADOR

 

FICHA TÉCNICA

España, primera mitad del siglo XX
Óleo sobre tela
Colección Arocena
Descarga el PDF con toda la info Aquí (3 MB)
Por Marco Antonio Silva Barón

FICHA COMENTADA

Hacia finales de la época colonial, más que orgullo, la geología del continente americano, suscitaba temor por su efecto en la vida humana. No obstante, hacia la segunda mitad del siglo XIX, la zona volcánica andina de Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela suscitó un amplio interés por parte de los científicos europeos que, estudiosos de la obra divulgadora del naturalista prusiano Alejandro de Humboldt (1769-1859), emprendieron viajes de aprendizaje e investigación en la zona. América, que solía presumir iglesias y monasterios, se desconocía por dentro. Se trataba de un enorme continente cuyas vistas, plazas y gentes comenzaron a ser apreciadas, entre otros, por Humboldt, quien en 1802 llegó a Quito. A su regreso a Europa, difundió, entre otras cosas, las maravillas naturales del continente, lo que a la postre tuvo un importante efecto en el ámbito del arte.

Movido por la curiosidad generada por Humboldt, el pintor norteamericano Frederic Edwin Church (1826-1900) viajó en dos ocasiones a Sudamérica, en 1857 visitó Ecuador y produjo bocetos, entre ellos de una de sus pinturas de mayor fama: Vista del Cotopaxi (1862). Las vistas del país andino, caracterizadas por la magnificencia de sus cordilleras y lo espectacular de sus volcanes no hicieron más que provocar más interés en el tema.

 

 

Friedrich Georg Weitsch, Alexander von Humboldt y Aimé Bonpland al pie del volcán del Chimborazo, 1806, óleo sobre tela. Preussische Schlösserund Gärten, Berlín.

 

 

El presidente Gabriel García Moreno (1821-1875), que gobernó entre 1871 y 1874, alentó la llegada de científicos y exploradores al país. Ecuador es el país que más volcanes activos tiene en Sudamérica, con 24, lo cual estimulaba, la pesquisa científica. Los científicos necesitaban artistas para documentar gráficamente lo que iban estudiando, es por ello que se escogió a Rafael Troya para que se uniera al equipo de los geólogos alemanes Alphons Stübel y Wilhelm Reiss. Si bien Troya era un artista con estudios, Stübel decidió entrenarlo en ilustración científica, además, recibió instrucción en el modo de representación paisajista propio de la época, que respondía a los paradigmas del romanticismo, entre los cuales se hallaba el estudio y la representación de los fenómenos naturales en toda extensión y portento.

 

Frederic Edwin Church, Cotopaxi, 1862, óleo sobre tela. Detroit Institute of Arts.

 

A partir de allí, los pintores ecuatorianos y extranjeros activos en ese país, desarrollaron una iconografía del paisaje, en la que el protagonista principal es el volcán, que representa la más grande manifestación del poder de la naturaleza. En efecto, el poder de las fuerzas de la tierra y su grandeza con respecto al hombre es uno de los motivos favoritos de la época: el cataclismo, que ilustra la fuerza de una entidad sobrenatural, la Providencia, que domina a placer las energías de la Creación tanto para renovar, como para destruir.

 

Rafael Troya, Cotopaxi (Vista de la Cordillera Oriental desde Tiopullo), 1874, óleo sobre tela. Museo Nacional del Ministerio de Cultura y Patrimonio del Ecuador.

 

El pintor Rafael Salas (1821-1906), hijo de pintor, fue becado precisamente por el referido García Moreno para estudiar en Europa, de donde cual regresó para ocuparse de la formación de la generación de pintores románticos de su país. Cabe destacar que Rafael Troya había recibido algunos años antes, instrucción en pintura. Salas se distinguió como una de las más importantes personalidades del arte en la capital ecuatoriana. Realizó retrato, pintura histórica y paisaje, género por el que era especialmente reconocido hacia el final de su larga carrera.

Una de las obras mejor conocidas de Salas y que sirvió de inspiración para la pieza presente en el Museo Arocena, es Vista de Quito.

Rafael Salas, Quito, 1889, óleo sobre tela. Museo Nacional de Quito, Ecuador.

 

Seguidor de Rafael Salas (Quito, 1821-1906), Vista de Quito, primera mitad del siglo XX., óleo sobre tela. Museo Arocena.

 

Se observa el valle de Quito, emplazado en las faldas orientales del volcán Pichincha, en la cordillera de los Andes. Sobresale la vista a la Colina de El Panecillo, elevación natural de 3,000 metros sobre el nivel del mar, que se encuentra en el corazón mismo de la capital sudamericana. En su parte inferior se observa el casco histórico de la ciudad. En el trasfondo, se muestra el valle de Quito, emplazado en las faldas orientales del volcán Pichincha. Hacia el ángulo superior izquierdo de la composición se distingue el volcán Cotopaxi. A los costados están dispuestas las montañas y cerros que limitan la ciudad. La pieza enfatiza el marcado contraste entre el verdor de la naturaleza, los diferentes tonos que emanan del reflejo de la luz sobre los Andes y el azul inmenso del cielo, además de las eternas nieves sobre las cordilleras ecuatorianas, que ostentan algunas de las cumbres más elevadas de la Tierra. La Quito decimonónica está entre ambos universos, y el artista la plasma uniforme, parda, casi abstracta, sometida a la grandeza de su entorno natural.

La Vista al volcán Cotopaxi (Cuello de Luna, en lengua kichwa) representa uno de los estratovolcanes activos más altos del Ecuador, el segundo más elevado tras el Chimborazo. En el siglo XIX fue muy representado ya que fue particularmente activo, ocurriendo su última erupción importante en 1877. Los vulcanólogos de entonces se interesaron especialmente en esta montaña por la importante cantidad de materiales que arrojó tanto al cielo, como a tierra. El Cotopaxi, asimismo, había sido señalado por el explorador Alejandro de Humboldt como uno de los más hermosos y formidables de la zona.

 

 

Seguidor de Rafael Salas (Quito, 1821-1806), Vista del volcán Cotopaxi, primera mitad del siglo XX., óleo sobre tela. Museo Arocena.

 

La Vista al volcán Cotopaxi (Cuello de Luna, en lengua kichwa) representa uno de los estratovolcanes activos más altos del Ecuador, el segundo más elevado tras el Chimborazo. En el siglo XIX fue muy representado ya que fue particularmente activo, ocurriendo su última erupción importante en 1877. Los vulcanólogos de entonces se interesaron especialmente en esta montaña por la importante cantidad de materiales que arrojó tanto al cielo, como a tierra. El Cotopaxi, asimismo, había sido señalado por el explorador Alejandro de Humboldt como uno de los más hermosos y formidables de la zona.

Tal y como se acostumbró en su momento, se representa el enorme volcán en su magnificencia, con una cima glacial y humeante, pero contrastado con un exuberante paisaje tropical. Esta oposición y diversidad se configuraba como un motivo de orgullo de la joven república ecuatoriana, lo que motivaba todavía más la representación de ese tipo de paisajes. El pintor escogió representar el tema con dos fuertes contrastes: en el primer plano del lado derecho la prodigalidad de la vegetación en el valle, inmediata y paradisíaca, y en el fondo a la izquierda, el Cotopaxi, inmenso, inalcanzable, imposible de ver y sentir en la cercanía, símbolo del inconmensurable poder de la naturaleza.

 

Una estrategia similar fue la que realizó el pintor en Vista del volcán Rumiñahui desde la laguna de Limpiopungo, en donde el entorno ribereño es inmediato, frondoso y humano, mientras que en el último plano se observa el gran volcán, que se distingue por contar con tres cimas. Rumiñahui es una voz quechua traducible como “Cara de Piedra”, se encuentra al sur de Quito y al ser un volcán inactivo, es muy popular entre los exploradores por lo fácil de su acceso. Finalmente, la presencia de la choza y el caserío en torno a la laguna demuestra una idealización de la vida campirana, típica de la pintura romántica decimonónica.

Seguidor de Rafael Salas (Quito, 1821-1806), Vista del volcán Rumiñahui desde la laguna de Limpiopungo, primera mitad del siglo XX., óleo sobre tela. Museo Arocena.

 

El artista popular, limitado técnicamente, imprime a sus piezas color y exuberancia, las obras son acaso una mezcla entre lo real, la naturaleza, la existencia de pueblos y rancherías, con lo ficticio: el plan de lo magnífico y hermoso que existe en la cabeza del artífice.

 


 

BIBLIOGRAFÍA

ACEVEDO, E., J. CUADRIELLO, F. RAMÍREZ, V. RANGEL y A. GUADARRAMA, Catálogo comentado del acervo del Museo Nacional de Arte. Pintura. Siglo XIX, II. México, Conaculta, Inba, 2009.

ADES, D., Art in Latin America: The Modern Era, 1820-1980, New Haven, Connectitud, Yale University Press, 1989.

BROWNLEE, P., V. PICCOLI, y G. UHLYARIK (editores), Picturing the Americas. Landscape Painting from Tierra del Fuego to the Arctic, Toronto, Art Gallery of Ontario, Yale University Press, 2015.

GRAS GAS, L. y D.M.J. WOODS (editores), XXXVII Coloquio Internacional de Historia del Arte: Estética del paisaje en las Américas, México, UNAM-IIE, 2015.

 

CIBEROGRAFÍA

Enciclopedia del Ecuador

http://www.enciclopediadelecuador.com/personajes-historicos/rafael-salas/

Recuperado el 25/07/16