Museo Franz Mayer, Museo Nacional de San Carlos y Museo Soumaya.
Por primera vez se reúnen tres colecciones nacionales de arte europeo en la exposición itinerante El reino de las formas: grandes maestros. Museo Franz Mayer, Museo Nacional de San Carlos y Museo Soumaya. La muestra está compuesta de 60 obras procedentes de talleres de artistas italianos, flamencos, alemanes, españoles, holandeses, franceses, austriacos e ingleses de los siglos XIV al XVIII. Es decir, desde fines del Medievo hasta la pintura dieciochesca surgida en las cortes de Francia borbónica, y que llegó a su fin con el estallido revolucionario de 1789.
Cinco siglos de arte europeo en los que las obras se miran a través de distintas temáticas, entre las que destacan la religiosa, la alegórica y moral, la de mitos grecolatinos y las de tradición civil, como el retrato y el paisaje.
Cinco siglos de producción artística que en estas breves líneas se sitúan dentro de su espacio y tiempo -en su contexto-, como resultado de las formas que parecían más atractivas a los creadores y consumidores de arte de aquellas épocas.
Dos obras representativas del Renacimiento Nórdico
Un artista alemán que viajó a Italia, Alberto Durero, fue quizás el introductor de la maniera romana en su tierra. Estudioso de la Naturaleza, comprendió que en el arte de Leonardo, Rafael y Miguel Ángel se impusieron no sólo el entendimiento del humanismo grecorromano, sino también los sistemas de geometría, óptica y proporción, de los que incluso publicó varios tratados.
En su estampa con el tema La caída del hombre, Adán y Eva de 1504 (British Museum, Londres), enseña el conocimiento que le dejó su primer viaje a Italia en cuanto a la desnudez, anatomía humana, proporción y relación de los cuerpos con los elementos de la naturaleza representados en el Edén. Insistió en el tema en un par de tablas de 1507, que hoy día se exponen en el Museo del Prado, pero la difusión de la estampa tuvo precedentes inauditos. Fue copiada e interpretada por contemporáneos y paisanos. Entre ellos, Lucas Cranach, El Viejo, pinta varias versiones de su autoría o de los oficiales de su taller.
Las dos que se presentan en El reino de las formas…, (Museo Soumaya y Museo Nacional de San Carlos/INBA) además del follaje, el árbol central en el que se enrosca la serpiente y el ciervo de filiación Albertina, acusa los tipos físicos predilectos del artista, revelada por el propio Lutero. Como resultado, Eva es una adolescente esbelta, de escasos senos, abdomen prominente, caderas anchas, piernas redondeadas, de postura sensual que cobra el efecto de una leve serpentina. El rostro es de frente amplia, ojos rasgados, cejas tenues que se continúan en el trazo de la nariz, boca pequeña y sonriente. Lleva una larga melena rubia y rizada, que deja atrás la connotación pecaminosa del catolicismo.
La figura de Adán es esbelta también, sin una musculatura sobresaliente, frente pequeña u oculta por la cabellera rubia y rizada, al igual que la barba, el bigote y las cejas. Los primeros pecadores aparecen serenos y tranquilos, como si no percibieran la falta que están cometiendo y con la particular característica de abrir los dedos de los pies. Ambos óleos lucen pinceladas en capas muy finas y la meticulosidad en la factura de los detalles propios de las naciones septentrionales.
La impronta de Caravaggio
Las obras exhibidas en El reino de las formas…, que siguen la influencia de Caravaggio son múltiples. En la alegoría de La vista, atribuida a José de Ribera, El Españoleto, (Museo Franz Mayer) destacan el realismo del personaje representado, el espacio cerrado en tonos neutros, la iluminación proveniente de un foco situado en el ángulo superior izquierdo, contrario a la luz natural de la ventana derecha, y la paleta de colores pardos y rojizos.
En las personificaciones de Bernardo de Carpio y Héctor o Alvar Velásquez de Lara del Museo Franz Mayer, acusa los formatos de las santas facturadas en su taller. Los fondos neutros, las líneas de horizonte muy bajas, los tipos físicos sevillanos, las posturas de pie y con ademanes afectados, así como el manejo de distintas texturas y colores en las vestimentas son claro ejemplo de su filiación con aquellas, en las que impuso una nueva forma de ver santos, mártires o héroes sin drama y más bien luciendo fastuosos trajes para posar tranquilamente. La obra religiosa es más teatral en los éxtasis de santos que voltean los ojos al cielo y entreabren los labios con sensualidad (San Francisco recibiendo estigmas con el hermano León, Museo Soumaya, Fundación Carlos Slim).
La obra del napolitano Andrea Vaccaro, Santa Águeda, permite ver una técnica similar a la de Caravaggio en el manejo de imprimaturas de las que provienen todas las sombras sobre las que se aplican las luces con blanco de plomo y luego los distintos pigmentos que parecen ser rojo óxido de hierro, bermellón y tal vez azul ultramar, pigmento carísimo en la época. Una luz dirigida del extremo derecho hace emerger a la santa de la penumbra, en la que se divisa extática, orando y mostrando las heridas de su martirio.